El regreso

El frío del invierno en la ciudad se pega en mi rostro como si quisiera alcanzar el fondo mismo de mi alma.

Los edificios, que se dejan ver a duras penas a través de la niebla, quieren pasar desapercibidos hasta que las farolas se enciendan, cansados de ser Nueva York. No hay descanso tampoco para el semáforo que, fiel a su baile de luces, trata de poner orden en un mundo cada vez más confuso.

El bullicio de la calle no cesa, monótono salvo por el eco lejano de alguna sirena apresurada que me hace buscar, sin querer, el origen del sonido, tan urgente como familiar incluso después de los años alejado de todo aquello. Quizá no sea tan difícil retomar el relato después de tanto tiempo…. A pesar del daño y de la vida.

Me subo el cuello del abrigo intentando minimizar el cuchillo helado que se cuela por los huecos de la tela, cuando noto que empieza a llover. Un neón rojo se refleja en cada gota mientras varias personas corren perseguidas por la noche.

Un taxi se detiene. A la hora y en el lugar que le propuse.

Espero impaciente, no tengo modo de saber si abrirá la puerta.

Si será ella.

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