Había una vez, en una época muy lejana, un inmenso palacio habitado por tres hermanas.
Tan inquietas eran, que su madre, por entretenerlas, les dejó imaginar un color a cada una para que jugaran con él, en el espacio de los mortales. Por riguroso orden, cada una teñía los campos y las ciudades con el escogido. Distintos tonos de blancos, amarillos y marrones se alternaban los trescientos sesenta y cinco días del año.
Un día, un bebé apareció de improviso. Una nueva niña que fue creciendo y que reclamó con insistencia participar del mismo juego que las demás. Como no podía ser de otro modo, su petición fue aceptada y, en su tiempo, empezó a crear colores nunca vistos: rojos, azules, verdes, violetas. Las demás miraban con admiración cómo el mundo se transformaba cuando ella tomaba el mando.
Los hombres, no menos sorprendidos, comenzaron a esperar con emoción la estación en que la vida parecía despertar.
Y así fue como la hermana pequeña inventó la primavera.

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