La joven contempla el horizonte desde el estrecho balcón de la destartalada habitación de hotel. Mientras, el sol finaliza su paseo habitual hacia la línea infinita del Mediterráneo.
Mueve en pequeños círculos, distraída, una copa de vino tinto entre sus manos. A pequeños sorbos, lo saborea con los ojos cerrados. De vez en cuando, su mirada reposa en el teléfono color burdeos instalado en el pequeño escritorio de madera blanca que ha conocido épocas mejores. Sigue el recorrido del cable en espiral que baja hasta el suelo, tantas veces forzado a llegar al otro lado de la sala. En realidad, no confía en que suene, pero seguirá esperando un poco más.
Un golpe de viento cálido agita de manera violenta su cabello. Gira el rostro para intentar que arrastre también la lágrima de hace un momento.
Siempre supo que nada es para siempre. Menos todavía las promesas. Ni siquiera las más sinceras. Aun así, quiso creerlas. Y lo hizo.
Encima de la cama, la maleta de cartón, hecha, solo a falta cerrar. Un gesto mínimo y, sin embargo, cargado de significado. Su viaje precipitado, igual que tantos otros en los que le siguió, no ha conseguido traerle de vuelta a ella.
Sin embargo, y para ser sincera consigo misma, se siente invadida por una extraña calma, quizá la certeza de que el momento ha pasado definitivamente. Que, aunque parecía imposible hasta hace bien poco, es tiempo de seguir camino. Se ha dado cuenta de repente, del mismo modo que se enamoró de él.
Sin pensar y como si de otra persona se tratara, se ve dejando el cristal en la mesita de noche, recogiendo su equipaje y saliendo al pasillo. Todo ha ocurrido rápido, le invade una sensación de irrealidad mientras cierra la puerta.
Suena el timbre del teléfono. Alto, urgente, llenando el espacio. Siente que se le nubla la vista y el cuerpo flojo. Casi no puede respirar.
Un desconchón de la pared de enfrente acapara su atención. Tiene una forma curiosa, parece un trébol. Inclina la cabeza un poco para asegurarse y sí, sin duda, se ven las hojas y un rabito. Lo roza con el dedo.
Ha vuelto el silencio y es hora de marcharse.
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