Un baile intermitente

Desde su posición privilegiada, él la vio alejarse una vez más.

Le invadió una nostalgia que sabía sería corta porque ella siempre volvía. Irremediablemente. Era capaz, incluso, de predecir el instante en que lo haría. Desde que recordaba, había sido así. En el momento adecuado, le buscaría de nuevo de una y mil maneras.

Y, en cada ocasión, lamentaba no poder correr tras sus pasos, aunque no hubiera servido de nada, porque no había nadie que fuera más salvaje que ella y su libertad era ingobernable.

Él prefería verla llegar alegre, impetuosa y apasionada, incluso voluptuosa, haciéndole evidente el deseo de dormir a su lado. La recibía gustoso, sabedor de que tampoco ella era capaz de evitar el ansiado reencuentro con su amante.

Otras veces, aparecía tímida, sumisa y sin querer hacer ruido, quizá arrepentida de su última huida. Le enternecía sobremanera ver cómo su orgullo natural mutaba en una serenidad que le llenaba de paz. Y la acogía como a una niña herida que acababa de vivir su última aventura en un mundo hostil.

Invariablemente, le perdonaba su ausencia. La amaba. Se sentía amado. Le encantaba aquel baile intermitente solo para dos. Ese que permanecería eterno, al menos, mientras él pudiera mantenerse en pie.

Una historia única para ellos, visible para cualquiera que quisiera prestar atención, imperceptible para el resto del mundo.

El romance entre el viejo barómetro del puerto y la mar.

Foto: Carmen VillarrealPlaya de La Concha (San Sebastián)

2 respuestas a “Un baile intermitente”

  1. Interesante relato. Tienes una manera muy creativa de contarnos una historia que al final puede ser lo que queramos o lo que tú quieras que sea. De imaginar y crear una historia a partir de detalles que para otros solo son el común.

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    1. ¡Gracias por leerme y por tu valoración!

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