Cuando Sally bajó por primera vez las escaleras del destartalado club de jazz, apenas podía controlar sus nervios.
No le importó la decadencia del local ni los ladrillos desconchados; tampoco la madera desgastada de la barandilla, ni los mantelitos remendados de las pequeñas mesas iluminadas por la luz mortecina de unas viejas lamparitas. En realidad, no podía apartar los ojos del reducido escenario donde unos jóvenes tocaban con entusiasmo una pieza, aparentemente, improvisada.
Casi como en un sueño, terminó de bajar los escalones. Sujetaba con fuerza la partitura que aquel hombre le dio después de oírla por casualidad en la fiesta de unos amigos. Sally llevaba cantando toda su vida, pero no entendía aquel papel arrugado. Se había aprendido de memoria la letra, pero ignoraba la melodía que la acompañaba.
Uno de los músicos levantó la cabeza y se fijó en la chica de color, casi una niña, de figura rotunda y mirada viva que parecía esperar permiso para moverse. Ante la sonrisa de él, Sally caminó hasta donde se encontraba el micrófono y, sin una palabra, le enseñó las notas impresas que temblaban en su mano. Todos asintieron y la banda se dispuso a tocar.
Quiso decirles la verdad, que no se sabía la música; en cambio, respiró hondo y cerró los ojos. Permitió que la invadieran los primeros acordes y empezó a moverse lentamente, al ritmo del saxo y la batería. Supo cuándo debía empezar y cómo seguir. Le pareció que ese blues había estado dentro de ella desde siempre.
El sonido de su voz llenó el local y los pocos clientes que había a esa hora temprana enmudecieron. Se dejaron conquistar por aquella desconocida que había aparecido sin presentación previa.
Sally terminó su actuación. Hubo un silencio. Y un aplauso emocionado después. Fue entonces cuando abrió los ojos de nuevo, casi con sorpresa, como si hubiera olvidado por un momento los últimos setenta años y los millones de personas que habían escuchado sus discos en ese tiempo. Y su club, ya convertido en un clásico, al que nunca dejó de volver.

Deja un comentario