Madhur

Cuando el pequeño Madhur se vio rodeado por el caos de Benarés, no supo muy bien cómo salir de él.

La calzada era un hervidero ruidoso de coches, motos y hombres gritando. Aunque estaba acostumbrado al colorido bullicio, era la primera vez que no iba cogido del brazo de su madre que, siempre con firmeza, le guiaba en la locura de la ciudad. Por un momento, se arrepintió de haberse escapado aprovechando un descuido de los mayores. Sin embargo, decidido, respiró hondo y echó a correr sorteando como pudo vehículos y gente.

Pasado un rato, llegó al Ganges. Descendió por las gradas y, desde la orilla, observó el incesante movimiento de personas que entraban y salían del agua sagrada, implorando el perdón de sus pecados. No entendía del todo el rito, pero le parecía algo mágico, así que él también se había bañado en el río en alguna ocasión.

-¡Abuelo!- Madhur pegó un respingo en el sillón en el que estaba sentado, en su cómodo apartamento del centro de Londres.

Se giró hacia su nieto y los ojos del niño le trajeron de vuelta, a través del espacio y del tiempo, desde aquellos días de su infancia. Nunca pudo hallar el camino de regreso a casa. Ni volvió a sentir la mirada de su madre, aunque la persiguió detrás de cada sari. Se perdió. Sobrevivió a duras penas en la calle, como tantos otros, vendiendo flores a los turistas o revolviendo en la basura en busca de un tesoro que pudiera cambiar por un poco de comida.

Hasta aquel día en que una mujer blanca le recogió y le subió en un tren con ella y con unos cuantos huérfanos más; y, después, en un avión que le trajo a un país nuevo donde se construyó una buena vida y pudo darse cuenta de lo afortunado que había sido. Madhur cogió la mano diminuta que le ofrecía el niño y, agradeciéndole su ayuda con una sonrisa, se levantó con fingida dificultad y se dirigió a la mesa del salón, donde le esperaba el resto de su familia para empezar a cenar.

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