Paula miraba por la ventanilla del autobús que la llevaba al colegio, pero su cabeza estaba muy lejos de la ruta habitual y del motor traqueteante de un vehículo que ya pedía a gritos la jubilación.
Sobre su falda de uniforme, el libro que estaba leyendo de nuevo. A sus casi quince años, aquella historia de amor era todo lo que necesitaba. Unas letras que la trasladaban a un universo en la que ella era la protagonista… o quería serlo algún día. Algunas páginas con la esquina doblada para poder volver a ellas más rápido.
Se lo había regalado la mayor de sus tías que, poco aficionada a la lectura, seguramente se habría dejado aconsejar por el librero, aliviada por haber encontrado, a última hora, un detalle de cumpleaños adecuado para su edad y pasión por las historias.
Lo abrió con la curiosidad de no saber qué iba a encontrar. Veinte páginas después, no pudo parar. Lo acabó, a escondidas, en una noche. Y lo puso debajo de la almohada con mucho cuidado, como si sus pensamientos pudieran quedar al descubierto al dejar el volumen a la vista.
Estaba comenzando a reconocer las señales, pero todo le parecía confuso todavía. Quizá era pronto para ella. Necesitaba encontrar un lugar entre el relato romántico de la novela y su propia realidad.
Un día cualquiera, en el viaje de vuelta, giró un poco la cabeza y allí estaban los ojos transparentes del chico, mirándola desde el asiento del final, sonriéndole. Y el vuelco en el estómago y el corazón sobresaltado.
Y todo empezó a cobrar sentido por primera vez.
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