El ruso camina con dificultad por la nieve, entre los arbustos pelados del bosque.
Lleva muchos kilómetros y muchas batallas a su espalda. Está acostumbrado. Un nómada permanente en busca de su lugar en el mundo, que no se conforma con menos de lo que cree merecer. Ama su libertad, pero se siente cansado. Siempre ha sabido cuándo era tiempo de marcharse de un sitio, aunque, dependiendo del momento, no fuera precisamente fácil.
“Tu hogar está donde se encuentra tu mochila” se repite a menudo. Pero la suya ha estado en lugares que no quiere recordar. En batallas que no salen en las noticias y en combates en los que el enemigo era él. Ha terminado herido en multitud de ocasiones, pero siempre logró levantarse, a veces, a un precio demasiado alto. Un superviviente.
Se detiene un rato para recuperar el aliento y comer algo. El frío le cala los huesos y escarcha su barba. Sin embargo, su corazón late cálido y una sonrisa asoma en sus ojos claros. Tiene el presentimiento de que queda poco. El hogar definitivo está cerca, un lugar que, por fin, podrá hacer suyo. Ya es tiempo. Se lo ha ganado.
Podría hallarlo en el valle que atisba entre los árboles sin hojas, al final de un camino que tampoco será sencillo de recorrer. Llegará solo, una vez más, aunque la esperanza de la compañía anhelada, por la que tanto ha luchado, le guiará sin duda. No será por falta de valor… o de locura.
El ruso retoma el viaje, puede que el último o, quizá, uno más para contar.
Confía en su suerte.

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