Una barra de labios y un dragón

En cuanto escucha cerrarse la puerta de la calle, María sabe que tiene campo libre para colarse en la habitación de sus padres.

Allí está el tocador de mamá, maravilloso a sus ojos. Y el maquillaje, los peines y los frasquitos de perfume que, aunque ella no sea consciente, delatan siempre sus visitas clandestinas. No solo eso, las sombras y el colorete que intenta borrar precipitadamente son otras pruebas del delito que hacen sonreír con ternura y disimulo a su madre, al ver los churretes que llenan la carita de la niña. Pero nunca le regaña, así que está convencida de que es muy lista evadiendo el castigo por tocar las cosas que no son suyas.

Cuando está segura de que dispone de toda la tarde, también se viste con sus mejores galas: una falda con infinidad de capas de tul rosa y un collar largo de bolitas brillantes que es su mayor tesoro. Se lo regaló la abuela por su cumpleaños y cuenta a todo el mundo que es mágico y que, con su resplandor, deslumbra al dragón y puede vencerle rápidamente, y salvar a toda la familia de ser achicharrados en medio del salón, justo antes de la cena. “Verdaderamente, eso sí que sería un trastorno”, suele opinar su padre con voz muy seria, mirándola por encima del periódico, pipa en mano.

Primero, revisa la superficie para ver si hay alguna pieza nueva que explorar. Abre mucho los ojos cuando encuentra un estuche pequeño, de un burdeos nacarado. Con infinito cuidado, separa la tapa para descubrir el tesoro. ¡Un nuevo pintalabios rojo! Casi con adoración, desenrosca la barra y pone morritos para aplicárselo. Cuando da por terminada la tarea, mira con aprobación el resultado en el espejo. Sonríe, se ve mayor y más fuerte, ahora sí que la bestia de fuego no tendrá ninguna oportunidad.

Corre a su cuarto porque será allí donde se librará hoy la batalla. Un caballo de madera, valiente como ella, la acompañará en su aventura como en otras ocasiones.

Abajo, un par de doncellas jóvenes ríen al oír el estruendo. Suben deprisa para observar por la mirilla el combate imaginario. No sería la primera vez que la intrépida guerrera acabara con un moratón y ellas con una reprimenda de la señora.

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