Una chimenea encendida

En la gélida noche, el automóvil solitario se desliza suavemente por la carretera que, en realidad, parece que solo existe conforme los faros la van iluminando.

                El hombre joven lleva mucho rato conduciendo por aquel túnel que ha formado la vegetación, alta y frondosa, que no le deja ver el cielo lleno de estrellas. Sabe a dónde va y, sin embargo, a veces duda de si se acerca o, en realidad, se está alejando de su destino.

                El camino, viejo conocido, le da pistas, no queda mucho para llegar.

                Recuerda que, al final, hay muchos menos árboles y son diferentes; largas y gruesas ramas sin una sola hoja en invierno, troncos retorcidos que se le antojan almas en pena, atrapadas en la madera, nudos complicados que sugieren alaridos truncados por el silencio del paisaje mismo. Le encantaba recorrer cada veta con las yemas de los dedos mientras inventaba historias sobre cómo habrían llegado hasta allí. Les entendía bien. Se sintió acompañado todos esos años.

                Nunca había sido capaz de explicar cómo aquel paraje donde creció, tan hostil en principio, fue para él un buen hogar, aunque con fecha de caducidad.

                Al fondo, la casita de muros rojos aparece iluminada por la luna. Sonríe. No era tan pequeña en su recuerdo. A través de la ventana, ve cómo la figura de una mujer encorvada aparta el visillo con gesto impaciente. Le ha visto llegar. La luz se refleja en la sonrisa de su cara repleta de finísimas arrugas que, impulsivamente, desea acariciar.

                Sale precipitadamente del vehículo porque no quiere que la helada nocturna entre en la habitación caldeada por la chimenea encendida. Regresa el niño que se marchó y se funde en un abrazo infinito con su abuela.

    -He hecho sopa para cenar – la anciana no puede reprimir el orgullo de ser capaz todavía de cuidar a su único nieto, ese que se ha hecho mayor para el mundo exterior, no para ella.

    Él se levanta de la mesa y coge dos platos hondos de la alacena y un par de cucharas.

Consciente de que difícilmente en su vida conseguirá ser más feliz que en esa cálida noche.

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