La niña camina de la mano de su padre entre el gentío del centro de Madrid.
Es de noche y los escaparates están llenos de espumillón y cadenas de luces de grandes y coloridas bombillas. En algunos, un Nacimiento o, simplemente, un Niño Jesús también evidencian la navideña época del año.
Escucha que alguien comenta “¡pues ya estamos en 1.976!”, cosa que no significa mucho para ella que solo tiene cuatro años, aunque le llama la atención el entusiasmo del viandante.
El hecho del paseo ya le asombra, no tiene muchas ocasiones de ser protagonista en su entorno, todo el mundo da por supuesto que, por ser la mayor de los hermanos y sumamente responsable para su edad, no necesita mucha atención ni mucha vigilancia. Y, en realidad, eso le llena de orgullo… casi siempre. Por eso mismo, no tiene muy claro cómo comportarse con ese hombre que la acompaña y que, sin embargo, parece tan ausente. Intenta no pensarlo demasiado y vuelve la mirada hacia aquel mundo decorado con tanta belleza y tanta magia. Verdaderamente, no sabía que la ciudad podía volverse así de bonita y no quiere dejar de recorrer esas calles que, por primera vez en su vida, descubre y observa con los ojos muy abiertos.
Intuye entonces, fascinada, que hay mucho más por explorar fuera de su pequeño círculo, familia y colegio, y se pregunta por qué nadie se lo ha mostrado antes. Tiene la sensación de que se lo hubieran escondido adrede, aunque descarta rápidamente el pensamiento, le produce un leve dolor que no entiende todavía.
Apresa ese momento feliz con todas sus fuerzas y decide que nunca olvidará el recuerdo ni la esperanza que ha surgido, de manera inesperada, en su corazón.
Y procura volver a él, como un refugio, cada Navidad.

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