Una mañana tranquila

Un hilo del sol se abre camino a través de mis párpados y, súbitamente, me doy cuenta de que estaba dormida.

Abro los ojos despacio, perezosa, intentando retener esa maravillosa sensación que me inunda, el calor de primera hora de la mañana que arropa mi piel. Me siento descansada y tranquila, como hacía mucho tiempo. Los amplios ventanales del salón, que casi llegan al suelo, ofrecen a la vista un jardín frondoso, lleno de colores y de sonidos que me trasladan a un momento en que el temor no existía, ni siquiera una sombra de inquietud.

Me levanto del cómodo sofá que me ha cobijado durante el último rato y paseo la mirada por cada detalle que me rodea: la taza y el plato estilo inglés del desayuno que no hay prisa por recoger, los visillos blancos que mueve la brisa ligera, el papel pintado de las paredes plagado de flores diminutas, la lámpara de cristalitos que tintinea levemente, un viejo taquillón que yo misma recuperé de un destino incierto, y la madera del suelo bajo mis pies desnudos.

Repaso las fotos enmarcadas encima del aparador y pienso con asombro que ya no me duelen. Un recuerdo antiguo de lágrimas me llega amortiguado como el sonido del trueno en una tormenta lejana.

Respiro hondo, disfrutando de cada instante de calma.

Contemplando mi cuerpo por última vez, me deslizo por el umbral de la ventana en busca del siguiente sueño.

Deja un comentario