Eguzkilore

Oihana llevaba un rato escondida en la hendidura de la roca.

El bosque le ofrecía resguardo y le ocasionaba temor a partes iguales, en ese intervalo nocturno justo un poco antes del alba. Incapaz de moverse, percibía con gran intensidad la cercanía del ser por el que se sentía perseguida.

Necesitaba llegar a la casa sin demora, el refugio protegido por el eguzkilore, la flor que la defendería de todo mal y que mantendría entretenido al espíritu; este, sin remedio, empezaría a contar sus espinas hasta que la llegada del nuevo día le obligara a volver a la penumbra.

Aferrándose a todo el valor que fue capaz de reunir, echó a correr casi con los ojos cerrados, no quería ni imaginar cómo de cerca estaría su perseguidor.

Más rápido de lo que había calculado, llegó hasta el umbral del caserío. Allí estaba el amuleto salvador.

Entonces Oihana, suavemente, cayó en una suerte de ensoñación:

-Uno, dos, tres….

Mientras, el sol empezaba ya a asomar entre los árboles.

Cuento inspirado en la mitología vasca

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