Lucía – Capítulo 4

Casi veinte años antes de subirse a su tren, Lucía había bajado de otro en brazos de su madre, siendo un bebé, en esa misma estación.

Para Elena era un retorno forzado a sus orígenes, una vuelta atrás y, sin embargo, sintió una punzada de melancolía en el estómago. Aunque huyera de allí hacía un lustro, hubo un tiempo en el que fue una niña feliz en aquel lugar. En el primer instante, recordó el pueblo como algo lejano, otra vida en la que el dolor y la amargura no tenían cabida.

Todo eso vino después. Cuando sus padres murieron y se vio obligada a vivir con una hermana mayor que tuvo que hacerse cargo de ella sin más opción.

Para Teresa supuso ver sus planes frustrados. No tenía grandes pretensiones más allá de casarse y tener una familia, lo habitual, y seguir con el negocio familiar: una humilde tienda, casi un bazar, donde se podía comprar desde un pequeño electrodoméstico hasta una pieza de menaje de cocina o una sencilla mantelería. Como estaba en la calle principal, no faltaban clientes y tenían cierta holgura económica.

Con treinta años, nunca había tenido novio y, para ella, estaba claro que el motivo principal era que llevaba casi diez cuidando de aquella hermana que había aparecido sin esperarla y con la que se llevaba doce. Había visto cómo todas sus amigas se iban casando y algunas ya tenían una o dos criaturas que enredaban sin parar entre todos los artículos de la tienda, sin que a sus madres les preocupara lo más mínimo. Teresa odiaba cuando eso sucedía, era la prueba de que había echado a perder su vida.

No por eso dejaba de querer a su hermana, casi una hija, pero tampoco podía evitar, a veces muy a su pesar, haberse convertido en una especie de madre severa y poco cariñosa. En realidad, Elena era siempre tierna con ella e intentaba agradarle en todo momento.

Un día, apareció un hombre joven en el pueblo, Felipe. Venía a cubrir una baja en una de las dos sucursales bancarias que se ubicaban en la misma calle. Teresa le conoció un día que fue a pagar un recibo en ventanilla. No era el tipo de galán de las telenovelas que veía a la hora de comer ni mucho menos; más bien bajito y no muy agraciado, sin embargo, le llamaron la atención sus ojos de un azul vivo y brillante. Y él se fijó en su pelo negro y llamativamente rizado y en el rubor de sus mejillas cuando la miraba directamente.

Contra todo pronóstico, surgió el amor y la boda casi enseguida. Las malas lenguas comentaban el posible embarazo de ella por las prisas. A él le parecía increíble, en pleno siglo XXI, que todavía pudiera ocurrir, pero así era. Tampoco le dio mucha importancia, ya que venía de una ciudad grande; el traslado solo había sido, en principio, temporal, aunque después ya no querría cambiar la paz del entorno y el ritmo de vida de aquel lugar en el que había echado raíces.

Deja un comentario