Pasaba el tiempo y Lucía cada vez se sentía más nerviosa.
No acertaba a entender qué estaba ocurriendo. Ahora se daba cuenta de que no había pensado más allá del momento en el que llegara a la dirección de la nota, ni le preguntó a la persona que la escribió qué debía esperar una vez llegara allí.
Evidentemente, no podía irse por mucho que su miedo le instara a ello. Se dio cuenta de su postura, encogida, como intentando esconderse, cosa imposible ya que estaba plantada justo en el centro del gran vestíbulo. Decidió recomponerse y volver a su figura erguida, delgada y alta como era, preparada para aquello que estuviera por pasar… aunque su temor no disminuyó ni un ápice.
Otra idea surgió de repente en su cabeza… ¿su indumentaria sería conveniente? En realidad, había decidido todo muy deprisa, sin detenerse a pensar en ello. Pero ya no tenía remedio, unos vaqueros y una chaqueta verde caqui sobre un jersey fino negro definirían su presentación. Tampoco sus zapatillas tipo Converse eran demasiado formales para el momento, pero allí estaba, preparada para lo que pudiera depararle su futuro inmediato.
Escuchó un sonido, cada vez más cercano, que enseguida identificó como el del ascensor que tenía a su izquierda. Se ubicaba dentro del descansillo donde también empezaba una amplia escalera de subida, rubricada por un gran pomo dorado que remataba una barandilla de metal negro de forja, y al que daban acceso cuatro escalones anchos .
Al detenerse, el ruido un tanto brusco sacó a Lucía de su ensimismamiento y le hizo dar un pequeño salto.
Un hombre alto de bastante edad y elegantemente vestido salió de la cabina y la observó de arriba abajo. Su mirada, muy viva y curiosa, parecía sonreírle divertida.
–Has venido. – dijo – Nunca tuve duda, aunque te has hecho de rogar.
–Me llamo Lucía.
–Lo sé.
Deja un comentario