María

María atisba a través del cristal el cuervo que se posa en la rama de enfrente.

No está muy segura de si le produce más miedo que curiosidad, pero no puede dejar de mirarle. En su corta edad, nunca ha visto un pájaro tan negro y tan serio.

El cuervo, a su vez, la observa fijamente, sin apartar un ápice la pupila del cuerpo menudo de la niña. El viento agita sus plumas pero no se inmuta, lleva largo rato en la misma posición, casi como si fuera de cera.

María esconde su rostro tras el visillo, solo un ojo asoma para no perder detalle. Se pregunta qué esperará o qué pensará el animal. Quizá le causa la misma sorpresa que a ella, puede que nunca haya visto una niña tan de cerca. De repente se le ocurre… “¿Tendrá miedo de mí?” Abre mucho los ojos, ¡le parece una idea sorprendente y divertida! Tanto, que suelta una carcajada sincera y alegre.

El ave oye la risa infantil y acerca un poco más la cabeza a la ventana. María hace lo mismo, pegando la carita al vidrio, que se empaña con su respiración nerviosa, de puro entusiasmo.

Los dos se observan con detenimiento, descubriendo cada milímetro del otro.

Ambos parecen encantados de haberse encontrado.

El cuervo

Deja un comentario