Boris

Recorro las aceras buscando una sombra.

El sol abrasa las calles, los adoquines son de fuego. Imposible la pisada fuera de cualquier sombra por mínima que sea. Busco el descuido del que ha dejado el grifo de la fuente a medio cerrar, una gota templada que alivie mi garganta reseca.

Como cada tarde de verano, me refugio en las siestas de los hombres, que dejan portales solitarios y frescos.

Con la caída del día, las voces, a veces amables, otras inquisitorias, me sacan de la modorra y me devuelven al paseo. Una punzada de hambre encamina mis patas hacia la puerta amiga. El joven camarero me ve y, con una sonrisa y a hurtadillas, saca un envoltorio con el manjar. Agradecido, acerco el morro a su mano que me acaricia levemente.

La tripa y el corazón llenos, sigo camino hacia la noche.

Una tarde de verano

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