Lucía llevaba un buen rato sentada en el banco de la calle.
El ruido y la prisa de la gente por llegar quién sabe a dónde, habían llenado su cabeza nada más bajar del vagón. Con el corazón todavía desbocado, se había sentido mareada y con la necesidad de parar un minuto. Aún no podía creerse que, finalmente, estuviera allí.
Respiró hondo en un intento de poner orden en su mente. Se dio cuenta de que apretaba con fuerza el papel con la dirección que aquella visitante casual le había dado en un día ya lejano.
-Si te decides, ve aquí. Te estaré esperando.
Hacía tanto tiempo, que no estaba segura de qué encontraría en ese lugar. O si existiría de verdad. Pero ya no había opción, la decisión estaba tomada y una vuelta atrás no era posible.
Tomó aire otra vez. Poco a poco, su cuerpo iba dejando de temblar y serenándose. Pero aún no era capaz de levantarse. “Solo un poco más…”
Cerró los ojos y recordó cómo el paisaje había ido cambiando al otro lado de la ventanilla. Más rápido de lo que hubiera deseado…. El momento de flaqueza en el que deseó no haberse subido al tren… Y el instante después en que la alegría de haberlo hecho lo inundó todo.
Sentada en el tren, le parecía estar dentro de un sueño ajeno. Flotando en una bruma, entre sus pensamientos y el traqueteo de la locomotora. Durante un rato, necesitó agarrarse con fuerza al brazo del asiento para no caer, tal era la sensación de ingravidez que la inundaba.
Sin darle más vueltas, se levantó de golpe, decidida a preguntar por la dirección arrugada a la primera persona que pasara.
Resultó que no estaba lejos, justo por allí, en el centro de la ciudad, y no tardó en llegar.
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